CRONICA DE UN ENCUENTRO
9.30 am.
No hizo demasiado calor aquella noche. Refrescaba una suave brisa y, aún así, no podía dormir. Así que, con otro tipo de brissa estuve hablando hasta las tantas.
Fue quizá por eso, por acostarme casi a las seis de la madrugada, por lo que la mañana del cinco de agosto, aunque el despertador (con una musiquilla de Harry Potter, pero eso no viene al caso) sonase cada vez más alto y con más insistencia a las nueve y media me costara un esfuerzo sobrehumano despertarme.
Abrí un ojo. Lo cerré. Abrí el otro. Me tapé la cabeza con la almohada.
Paso pensé mejor seguir durmiendo.
Me estaba volviendo a quedar dormida cuando (cosa rara) mi mente empezó a funcionar. ¿Por qué no podía dormir anoche? Porque estaba nerviosa. Y, ¿por qué estaba nerviosa? Porque he quedado y me da vergüenza.
Abrí los ojos como platos (otra cosa rara) y di un triple salto mortal que me hizo darme un tortazo contra la mesa en la cabeza (quizá no fue triple, pero el golpe es real, demostrable al mil por cien por una marca de guerra). Claro, ¡Miguel Ángel y Valhalla!
12.50 h.
Llego a Chamartín, que es donde hemos quedado. Al final no sé si Miguel Ángel vendrá solo a buscarme, o con su mujer y las niñas. Mirando hacia todos lados (soy desconfiada por naturaleza) y confundiendo a por lo menos ocho chicos morenos con él, me decido a llamarle, por si acaso estamos dando los dos vueltas por la estación. Saco el móvil del bolso, le doy a la agenda, y... ¡horror! ¡Se me ha olvidado memorizar su número!
Empiezo a reírme, provocando una mirada inquisitiva tipo hay-cada-loco-por-ahí de todo el que pasaba por mi lado y mi mente se pone en funcionamiento a la velocidad de un rayo. No tengo casi saldo para llamar, y menos a esas horas... ¿Le mando un mensaje a Valhalla? No, que me ha dicho que su oficina tiene la misma cobertura que una cueva de trogloditas. ¿Ranyana? No tengo su número. Probemos con brissa entonces...
Le mando un sms que ha debido dejarla a cuadros. Al poquito tiempo se me ocurre asomarme al bar donde hemos quedado y... el susodicho moreno con gafas de sol me hace un gesto de ven-aquí-que-te-vas-a-enterar con una sonrisa.
Viene, efectivamente, con su mujer y las niñas, que están estratégicamente escondidas para que yo no pueda verlas... (mentira xDDDD)
Me presento, algo cortada, y vamos a tomar algo.
13.20h (más o menos)
Llegamos a VIPS en la calle Mateo Inurria y nos acomodan en una mesa en la zona de no fumadores. El tiempo va pasando (mucho más deprisa de lo que yo hubiera deseado) y, entre las risas y conversación de los tres y la ternura que inspiran las niñas, el corte y los nervios (esos mucho más despacio de lo que deseaba) van desapareciendo para dar paso a una magia que, poco a poco, me va cautivando.
15.15h
Ya estamos en Atocha. Intentamos hablar con ranyana para saber si podrá quedar con nosotros. Aún no lo sabemos.
Valhalla me llama diciendo que le ha surgido algo y vayamos a comer nosotros, después vendrá él.
Por unas cosas y por otras la comida se complica y los menús se acaban. Comen las tres niñas y, sobre las cinco, salimos. Valhalla está hablando con Miguel Ángel por teléfono. Se supone que está en el mismo sitio que nosotros pero, como suele pasar en estos casos, no nos vemos.
- ¿No será ese que está cruzando y va hablando por el móvil?
- Es posible...- contesto, sin mojarme mucho, recordando aquella vez en que había quedado con él y le confundí con una chica. Se acerca más. Le reconozco y le hago gestos con los brazos- pues va a ser que sí...
Nos ve. Sonreímos. Los dos besos de rigor, algún insulto y un amago de patada en los...
En fin, el buen rollo que se esperaba.
17.20h
Entramos al Museo del Jamón a tomar algo. Estamos una hora y pico allí (ellos, cerveceros. Yo, cocacolera), hablando, riendo y, lo que más me gustó de todo: haciendo planes.
Se ceban un poco conmigo (pero nada, lo justo): que si bicha, que si revolucionaria, que si mala, que si loca... porque son ellos, que si no...
Sale, como es lógico, el tema de la kedada en nuestra conversación. Miguel dice que no sabe si podrá quedarse, y yo deseo fervientemente que sea así. Noto una sensación extraña, una mezcla de emoción y nerviosismo, que no me es desconocida pero a la que no soy capaz de acostumbrarme.
19.00h
Vamos a tomar algo (ellos, cafeteros. Yo sigo cocacolera) a Samarkanda, un sitio precioso dentro del jardín tropical de la estación de Atocha. Una vaharada de aire caliente me azota la cara. Por suerte, Val ha tenido un (extraño xD) momento de lucidez y ha escogido una mesa enfrente de un ventilador.
Nos hacemos tres fotos con el móvil de Valhalla, que promete pasarnos.
20.?? h
Valhalla se va y, en parte por eso, pero también porque sé que se acerca el momento de irme, me pica la mosca de la tristeza. Los demás nos vamos a la estación de Chamartín otra vez para que yo coja el tren. Ya allí, vemos a unos cuantos militares, una de ellas con un perro. Me extraña...
Miguel Ángel llama a ranyana (no sin antes haber hablado con Hiblis confundiéndola con armonia, todo sea dicho) pero no quedamos ese día. Y, como son las nueve y poco, voy a sacar el billete para irme.
21.15h
Muy, muy a mi pesar, llega la hora de las despedidas. Me quedo parada, sintiendo un ramalazo de tristeza por tener que separarme de ellos cinco después del día tan maravilloso que (junto con el jefe, por supuesto) me han hecho pasar. Entro sola por los tornos y, antes de bajar las escaleras mecánicas, no puedo evitar darme la vuelta, y observar hasta que se funden entre el gentío convirtiéndose en una mancha borrosa indistinguible en la lejanía, una pincelada de gente más en ese cuadro multitudinario que es la estación de Chamartín.
00.??h
Me conecto. Aún me queda un regusto agridulce cuando Valhalla entra y me envía las fotos. Al verlas, no puedo menos que esbozar una sonrisa nostálgica.
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