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CLUB DE POETAS

LA POESÍA HISPANA: Antología de poesía argentina


Poeta: Héctor Bianciotti

Biografía:

Luque (provincia de Córdoba), 1930. Obra poética: Salmo en las calles, 1955. Claridad desierta, 1972.

Claridad desierta


1


Tu sombra barre la luz de nuestras galerías,
desciendes las escalas,
te pierdes para siempre en la penumbra de los corredores
y entras sin una lámpara
en tu noche de carbón apagado.


2


Uno a uno
te despojas de los gestos
como ornamentos, como alhajas
y entras desnuda en el agua del suplicio
No estoy
responde el gran silencio cóncavo
dentro de ti.


3


Debajo de la piel
este silencio
en el que tú no estás
ni nadie
como la superficie de un lago
acechando la piedra


4


Los perros de la luz han devorado
tus follajes de bruma
y estás tendida al aire
en el valle de piedra
oh última del sueño.


5


Los puentes, un paisaje, ciertas calles,
un mueble en una alcoba, un sueño trunco,
esta enumeración, un terciopelo
en un armario de caoba, rostros,
y ahora tú.
(La luz clava su daga en el árbol nocturno
alguien cierra las puertas de mi infierno apagado)


6


Ahora todo es piedra,
noche anónima,
todo es silencio y unidad ajena.
Las palabras te dejan,
nunca has sido.
Ni siquiera un relieve funerario
dará su pobre desmentido a tu ausencia.


7


Aquí se pierden las huellas del destino,
ya nadie te contempla,
ya estás fuera
tiniebla para siempre inacabada


8


Rodeada de silencio y opacidad
ya toda de la noche
verás tu rostro
un solo instante
y te desvanecerás
los años hechos polvo
para empezar a ser
todo lo oscuro que habitaba en ti
furiosamente.


9


Quédate inmóvil
arenas implacables castigándote el rostro
allí donde mis manos te dejaron
una mañana de nubes y extraños pájaros.


10


Abolir el rostro
que te di al mirarte:
sé la otra,
la terrible desconocida sin ojos que te aguarda.


11


Miras tus uñas, sabes
que crecen, si las cartas
no sientes que son una parte de ti; ni tus cabello
Acaso palmo a palmo, podrías llegar a desconocerte
enteramente.


12


Incesablemente
descendíamos gradas
y de improviso nos volvimos:
el último rayo de luz moría
tras las murallas.


13


Al final de su vuelo
los pájaros de Persia han desgarrado
la trama de la luz
y moran ciegos en las ramas
de la otra oscuridad.


14


Torres de oro verbal,
estancias de palabras,
muerte de todo fuego.


15


Cómo vivir sin el recuerdo
de tu voz que no fue,
de los jardines que no recorrí,
que nunca fueron.


16


Una puerta a lo lejos
y el vaivén de otra puerta.
La luz tiembla. Ella vuelve:
arrojada de un sueño
vuelve a entrar en el mío.


Poeta: Daniel Calabrese

Biografía: Nació en Dolores (Buenos Aires, Argentina) en 1962.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: La faz errante (Ed. RHE, Bs.As., 1989, Premio Alfonsina Storni); Futura Ceniza (Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994) y Escritura en un ladrillo (bilingüe español-japonés, Ed. Mito-sha, Kyoto, Trad. de Takashi Arima y Antonio Cabezas, 1996); y las plaquettes Day Runs and other poems (inglés-español, Trad. de Nick Hill, Fairfield University, 1997) y Oxidario (Barcelona, 1997) entre otras.
Ha participado con su poesía en encuentros, antologías y revistas.
Es fundador y director de Ærea, anuario hispanoamericano de poesía.

Técnica del autoretrato

Fui construido en 1962.
Me sacaron bruscamente del cielo.
No de un cielo que después
sobrevolaron las gaviotas carroñeras.
No de un cielo blanco donde se pudre
la luz amarilla de una lámpara.
No de un cielo para que se revuelvan los aviones.
Me sacaron y tengo que decir quién soy.

Fui construido en el sesenta y dos.
Las vueltas que dio el metal en cada reja.
Las que dio la sangre enterrada en este cuerpo.
Unos pocos se atrevieron a volver
al cielo más profundo (en esta época).
¿Has visto que la mayoría no se levanta
del cielo bajo, del que baña el horizonte?
Me sacarán bruscamente de la tierra.
De la tierra sobrevolada, revuelta.
Y tendré que volver a decir quién soy.


Elegía al tiempo lejano


Ya nunca volverás, oh tiempo lejano!
llamándome desde las duras arenas,
sumergido en las tardes,
emergiendo desde las hierbas húmedas
desde las sombras espaciadas,
por la ribera tranquila de sus noches, ya extrañas.


Qué pasos más distantes acercarán a mi oído la gracia de tus hojas solitarias,
tu quieta soledad de duna llorando sobre el mar,
ese apasionado recuerdo de las palabras,
suavemente coronadas de aquel ceniciento calor mineral
que inquietaban la ternura,
las ramas taciturnas de un silencioso llanto.


Tus lágrimas recobradas del polvo transitorio del verano
habrán huido entre párpados de eternidad.
¡Oh perdido tiempo fecundo de la gracia!


Ahora sólo defino tu presencia en la superficie de las flores,
cruzando un débil césped,
apenas traicionada por aquella palabra que naciera en tu deshabitado eco
y la espera, tan tierna, que renace en mi sangre,
cada día!

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